viernes, 23 de febrero de 2018

Decimos… “Palabra de Dios”


Desde el primer momento que comencé a estudiar teología, me di cuenta que todas las asignaturas, sin distinción, tienen algo en común. No me refiero a que todas traten de aspectos relacionados entre sí, lo cual es siempre una ventaja; porque lo que aprendes en una asignatura sirve para poder comprender otras. Me refiero a que lo común a todas es la Palabra de Dios.
No hay nada en la Iglesia que no tenga a la Palabra de Dios como base. Esta Palabra ilumina a la iglesia y todo lo que Iglesia hace y dice se fundamenta en esta Palabra.
Tanto es así que la constitución dogmática DEI VERBUM  en el número 21 dice: ...el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos; y es tanta la eficacia que radica en la palabra de Dios, que es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia, y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual. Muy a propósito se aplican a la Sagrada Escritura estas palabras: "Pues la palabra de Dios es viva y eficaz", "que puede edificar y dar la herencia a todos los que han sido santificados".
Pero claro surge enseguida el tema de cómo hay que leerla. ¿Cómo cualquier otro libro? Mucha gente con la que me encuentro me dice: “pues la biblia dice tal cosa…” o “Jesús dijo esto otro…”  o  “la biblia no dice nada de eso…” o la eterna frase “la biblia dice una cosa y la ciencia otra…”. No se debe usar la biblia como si fuera un libro de ciencias empíricas para dar respuesta a todo. He de admitir que estoy totalmente de acuerdo con esta última frase, si no se tienen en cuenta algunas consideraciones. Y me explico; La palabra de Dios es algo tan grande que sirve para dar una respuesta a todas las situaciones del hombre, pero, hay que saber interpretarla, leerla, actualizarla; si se tiene en cuenta estas tres premisas si son compatibles. De la misma manera que actualizamos por ejemplo los refranes. Gran cosa ésta de los refranes. De la misma manera que en la vida cotidiana usamos refranes por ejemplo taurinos, y no somos toreros, o del tiempo y no somos meteorólogos…  y sabemos lo que quieren decir. Hay que tener en cuenta que todo texto, fuera de contexto puede servir para cualquier pretexto.
La clave para  entender correctamente la Palabra de Dios la da el Catecismo de la Iglesia en los números del 115 al 118.  Y además, el compendio lo explica muy bien. Ante la pregunta ¿Cómo se debe leer la Sagrada Escritura? Responde: La Sagrada Escritura debe ser leída e interpretada con la ayuda del Espíritu Santo y bajo la guía del Magisterio de la Iglesia, según tres criterios: 1) atención al contenido y a la unidad de toda la Escritura; 2) lectura de la Escritura en la Tradición viva de la Iglesia; 3) respeto de la analogía de la fe, es decir, de la cohesión entre las verdades de la fe. Y aquí entro yo.
Todos los seminaristas nos estamos formando para poder conocer la Palabra de Dios. Conocer su sentido a la luz de estos tres criterios. ¿Que es lo que Dios nos quiere decir a todos los cristianos hoy?. Los primeros que tienen que conocer la Palabra de Dios somos nosotros, los encargados de transmitirla, para luego poder ofrecerla con total integridad: y así poder ayudar a los hermanos en su comprensión. La Escritura es el alma de la teología.
Desde aquí animo a todos a conocer la Palabra de Dios, pues como dijo san Jerónimo “desconocer la Escritura es desconocer a Cristo”, que es la Palabra definitiva del Padre.

Jose Antonio Castilla Rodriguez
Seminarista de 4º curso.

La Vocación Sacerdotal: Actualidad de la llamada de Dios

Hablar de Vocación en la actualidad es algo difícil, pero si además le añadimos el apellido Eclesial pasa a ser imposible dentro de la visión social. Pero Dios sigue llamando, su amor por el hombre no es objeto de modas, sigue estando dispuesto a llamar a cada uno por su nombre y enviarnos a anunciarle según su voluntad. Las vocaciones eclesiales son una manifestación de la inconmensurable riqueza que Cristo sigue ofreciendo y, por tanto, deben ser valoradas y cultivadas con toda solicitud pastoral, para que puedan florecer y madurar. Entre las diversas vocaciones, suscitadas incesantemente por el Espíritu Santo en el Pueblo de Dios, la llamada al Sacerdocio ministerial convoca «a participar en el Sacerdocio de Cristo» y a unirse a Él para «ser los pastores de la Iglesia con la palabra y la gracia de Dios». En una ocasión Benedicto XVI señaló a los jóvenes que, al seguir a Jesús, “serán felices de servir, serán testigos de aquel gozo que el mundo no puede dar, serán llamas vivas de un amor infinito y eterno, y aprenderán a dar razón de su esperanza”.  Para responder a la invitación del Señor, a la llamada que Jesús repite: “Ven y sígueme”, es necesario dejar de elegir por sí mismo el propio camino, pues seguirlo significa sumergir la propia voluntad en la voluntad de Jesús, al ponerlo en primer lugar frente a lo que forma parte de nuestra vida, como la familia, el trabajo, intereses personales y nosotros mismos.
La vocación al Sacerdocio ministerial se inserta en el ámbito más amplio de la vocación cristiana bautismal de la que todos participamos, mediante la cual el Pueblo de Dios, constituido por Cristo a través de «una comunión de vida, de amor y de unidad, es asumido también como instrumento de redención universal y enviado a todo el universo como luz del mundo y sal de la tierra». La llamada es actual porque se nos llama a ser Sacerdotes de este momento, del siglo XXI, pero Sacerdotes para predicando a Cristo en toda su verdad y plenitud.
Sera misión de todos los Cristianos cuidar el nacimiento, el discernimiento y el acompañamiento de las vocaciones, en especial de las vocaciones al sacerdocio. Escuchemos la voz de Cristo, que invita a todos “a rogar al Dueño de la mies que mande operarios a su mies” (Mt 9, 38; Lc 10, 2), con particular atención a las vocaciones a la vida consagrada y al Sacerdocio, que en la actualidad no pasan por su mejor momento.
Es necesario sostener las iniciativas que permiten acoger el don divino de nuevas vocaciones en nuestras Parroquias, Hermandades o en las propias familias: sobre todo con la oración personal y comunitaria, siguiendo en la certeza de que Dios nunca abandona a su pueblo y lo sostiene suscitando vocaciones especiales al sacerdocio y a la vida consagrada, para que sean signos de esperanza para el mundo. Algunos momentos del año litúrgico favorecen este fin, por ello se estableció la celebración anual de la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones en el IV Domingo de Pascua, llamado del Buen Pastor. Todos los que nos sentimos llamados a participar del Sacerdocio de Cristo tenemos que sentirnos identificados con la figura humilde y a la vez portentosa del Buen Pastor, Él está dispuesto a buscar la oveja que se perdió. Cuantas veces a lo largo de nuestra futura vida Sacerdotal tendremos que hacer esto, en la actualidad tenemos la peculiaridad de tener una oveja dentro de la Iglesia y el resto fuera. Es sin duda un verdadero compromiso.
Con generosidad y espíritu eclesial, tenemos que estar abiertos y promover no sólo las vocaciones para el servicio de la propia Diócesis o de la propia nación, sino también a favor de otras Iglesias particulares, según las necesidades de la Iglesia universal, secundando la acción de Dios, que llama libremente a algunos al Sacerdocio ministerial en una Iglesia particular, a otros a ejercer el ministerio en un Instituto de vida consagrada o en una Sociedad de vida apostólica, y a otros en la Missio ad gentes. Es una riqueza que siendo todos llamados al Sacerdocio, luego es el Señor quien nos ira llevando por los que caminos que nos tenga preparados. El concilio Vaticano propuso a los Sacerdotes que busquen en María Santísima el modelo perfecto de su propia existencia, invocándola como “Madre del Sumo y Eterno Sacerdote” invitando además a los Presbíteros “a venerarla y amarla con devoción y culto filial”. Bajo el manto de la Madre de Misericordia están la vida y la acción de los Sacerdotes, y de los Seminaristas que nos preparamos para un día llegar a serlo. A ella también rogamos por las Vocaciones al Sacerdocio, para que interceda ante su hijo y siga bendiciéndonos con numerosas y santas vocaciones al servicio de nuestra Iglesia de Huelva y de la Iglesia Universal.

José Manuel Romero Martín.
Seminarista del Seminario Diocesano de Huelva.